jueves, 13 de septiembre de 2012

Un merecido reconocimiento para el gran Ramón.

La actual calle Guidi que forma parte de un tramo del polideportivo pasará a llamarse Calle Ramón Cabrero. El próximo sábado 15 de Septiembre, desde las 10:00 horas, el Club Atlético Lanús los invita a un reconocimiento muy especial y emotivo para todos los Granates: la actual calle interna del Complejo Polideportivo cambiará su nombre y pasará a llamarse Ramón Cabrero, en homenaje al Director Técnico Campeón del Torneo Apertura 2007. Estarán allí presentes las distintas autoridades de la institución. El punto de encuantro será en la misma calle entre el Sector de Quinchos de Socios Vitalicios y las canchas de entrenamiento Nº4 y Nº5. Quedan todos invitados a participar.
Para ellos, los vecinos del barrio, Ramón es el Gallego, 60 años cumplidos el 7 de noviembre. El hombre que todos los días se sienta en una mesa de La Diva, un café frente a la estación, toma un cortado y habla de fútbol con los mozos o con cualquier parroquiano que cuadre. Se define con pocas palabras: “Soy un tipo sencillo, un hombre común, un vecino más”. Está casado con Noemí María, su mujer desde que él tenía 22 años y ella 17. Juntos tuvieron dos hijos –Ramiro y María Belén– y juntos viven en esta barriada del Sur del conurbano desde 1950. Sus padres, Eusebio y Jerónima, llegaron ese año desde Santander, al norte de España, huyendo del hambre, y recalaron en Lanús Este, su nuevo lugar bajo el sol. El, Ramón, es Ramonín para todos ellos. Y hoy, no menos que San Ramón. Ramonín: ese chico flaco y de ojos clarísimos que se puso la camiseta granate del equipo del barrio. Que pasó por las inferiores. Que en el ’64, a los 17 años, debutó en Primera. Que luego militó, a finales de la década del ’60, en el famoso equipo conocido como Los Albañiles, por las muchas y perfectas paredes que tiraban Manuel Silva y Bernardo Acosta. Cabrero, “un número ocho con estilo”, como lo definió un periodista, no trascendió demasiado. Pero cuando su tiempo de jugador terminó (estuvo en Newell’s y en España), se sentó en el trono de DT. Desde abajo, como siempre, sin vanidad, y sin más código que el trabajo, paseó por todos los torneos de Ascenso y sus durísimas batallas: Colón, Lanús dos veces, Deportivo Maipú de Mendoza, Central Córdoba de Santiago del Estero, Deportivo Italiano… En el ’90, sofocado por las presiones y las amarguras del fútbol, abrió con su mujer una tienda de ropa sport en pleno centro de su querida ciudad, pero la economía criolla le jugó sucio, y cinco años después bajó la cortina. Otra vez al ruedo… Entre pitos y flautas estuvo lejos de la pelota unos largos nueve años. Que pudieron ser diez o más. Pero su amigo, el Panadero Díaz, lo llamó para que dirigiera la cuarta y la quinta de Racing: destino modesto, pero renacimiento al fin. Más tarde, en el 2003, más por fidelidad al barrio que por gloria, volvió a dirigir las inferiores de Lanús, un club que bien pudo haber desaparecido: desde la Primera División cayó casi hasta la última escala: Primera C… Y por fin, el 13 de noviembre de 2005, con coraje y sabiduría y tras la renuncia de Néstor Gorosito, pensó “¡vamos Lanús todavía!”, y se hizo a la mar, como aquellos inmigrantes de su sangre cantábrica. Creyó y le creyeron. Trabajó duro y lo siguieron. Para los hinchas era “el buen vecino”. Para los jugadores, “un gran técnico, un maestro, y a veces un padre”. Armó, de a poco, un equipo casi de chicos: algunos se habían calzado los botines a los diez años. Y pasó lo que pasó el domingo 2 de diciembre: Lanús campeón. Por primera vez en noventa y tres años. Y en muchos partidos, dando cátedra. “Estoy feliz por el título, pero sobre todo porque pude darle una alegría a este barrio que nos recibió con los brazos abiertos cuando llegamos de Europa con mis padres. Hoy fui a comprar el pan a la esquina de casa, y los vecinos, llorando, no pararon de agradecerme. Y eso, a los sesenta años, emociona. Ya me puedo retirar tranquilo”, le dijo Ramón Cabrero a GENTE en la puerta de su casa, Machaín al tres mil cien, Lanús Oeste, bajo la sombra de un paraíso, y mate amargo en la mano.
–¿Pudo dormir algo anoche, Ramón? –Más o menos… Fuimos a festejar con mi mujer y mis hijos, y nos quedamos hasta las tres y media de la mañana. Y hoy, a las seis, ¡empezó a sonar el teléfono! Eran amigos, vecinos, gente que se levantaba para ir a la fábrica, y todos me decían lo mismo: “¡Gracias, Ramón. Hoy voy contento al laburo!”. Esas cosas me llenan de felicidad. Porque no fue un triunfo sólo de nosotros, sino de todo un barrio. –La emoción no se le fue… –Es que todo lo que estamos viviendo es impagable. Pensá que yo vengo a este club desde que tenía diez años. Toda mi vida la pasé en Lanús, y la mayoría de mis amigos son de acá… ¡Imagináte lo que siento! Cuando salimos a la cancha y miro la platea, no veo hinchas de fútbol: veo a mi familia, a mis amigos, a la gente de todos los días desde hace medio siglo… –¿Por qué salieron campeones? –Porque hicimos muy bien las cosas durante dos años, y terminamos coronando todo ese trabajo con un campeonato. Fue duro, no lo niego, porque hubo momentos en los que ni nosotros nos creíamos lo que estábamos viviendo. Pero, por suerte, el premio llegó. –¿En quién pensó cuando terminó el partido? –La primera imagen fue la de mi madre (largo silencio, ojos húmedos por las alegrías perdidas). Recordé todo el esfuerzo que hizo para que yo pudiera estudiar y jugar al fútbol. Sé que desde algún lugar ella también está festejando. Me encantaría tenerla ahora, mirarla a los ojos y darle un abrazo. Pero bueno, la vida es así. Por suerte pude abrazarme y festejar con mi mujer y mis hijos. –¿Ya se ve jugando la Copa Libertadores y peleando el campeonato que viene? –Seguro… Tengo un año más de contrato en el club. Salvo que me llegue una oferta muy buena del exterior, voy a seguir en Lanús. –La mayoría de los técnicos y jugadores, cuando logran el primer plano, se mudan a un country o un barrio privado. ¿Usted también? –¡No, yo de acá no me muevo! Este barrio de Lanús es mi vida, mi casa, todo. Y después de este título… ¡ni loco me voy!