sábado, 18 de abril de 2015

Que somos los capos del sur ya no quedan dudas.

Por primera vez asistimos a un clásico ante Banfield sin público de Lanús. Lo vivimos de manera especial, sin poder alentar y apoyar al equipo in situ. Sin que nuestra numerosa hinchada pueda desatar una nueva y verdadera fiesta. Nos tocó además, un partido de una emotividad trascendental. Lo seguimos por TV con la familia, los amigos, solos, sufriendo el doble, el triple, el cuádruple. Pero sin dudas, durante los 90 y pico de minutos que duró el partido nos sentimos plenamente representados por el equipo. Jugadores que dejaron el alma, la piel, el corazón. Jugadores que jugaron como hinchas. Un cuerpo técnico que entendió el partido, y como se lo debe jugar. Reflexionamos también acerca de lo que el fútbol genera en nosotros: luego de estar toda la semana en vilo, de la mano de los goles y el correr de los minutos, se vivieron sensaciones intensas, y un desahogo final que mezcló felicidad, alegría, un toque de alivio y un deseo irrefrenable de festejar. Es cierto que el equipo venía mal, de dos actuaciones pálidas. Es mucho más destacable, entonces, la manera en que afrontó este partido, como una verdadera final. Dejando una vez más la bandera Granate bien alta. Nos sentimos orgullosos de nuestro Club. E igual de orgullosos hubiéramos estado si el resultado hubiera sido esquivo. Porque llevamos a Lanús en la sangre y nadie nos regaló nada, nunca. Y vaya si entre todos hemos construido este hermoso Club. Y no sólo construimos los edificios, las obras, las canchas, las tribunas, sino ese intangible indescriptible que es la comunión, la pasión y la pertenencia de sentirse Granate por sobre todas las cosas.

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