domingo, 5 de abril de 2009

Nota de El Gráfico a Luis Zubeldía.


L–No sé a qué se aferraban los directivos de Lanús. ¿Qué tenía yo a los 22 años para que me ofrecieran trabajar en el club? ¿Qué me habían visto? El único dato era una breve experiencia con Brindisi de técnico. Yo ya estaba lesionado y Miguel me pidió que siguiera a los rivales de turno. Yo iba a la cancha, oculto, y anotaba todo en una carpeta de seguimiento. Quizás les llegó esa información a los dirigentes y por eso al año vinieron a ofrecerme esa posibilidad. No era normal. Pero a mí me quedó grabado.

¿Cuándo se concretó la propuesta?

L-A los dos días de retirarme, me ofrecieron ser el ayudante de Ramacciotti en la Primera. Yo no quería saber nada. "Te queremos formar, porque vos vas a ser el Bielsa de Lanús", me insistían los dirigentes. ¡Otra vez con Bielsa!, pensaba yo. "No quiero que me regalen nada, les pido empezar por el fútbol infantil", les contesté. Ellos no querían que fuera al fútbol infantil, entonces lo hablé con Marcelo Roffé, el psicólogo de las Selecciones Juveniles, y me dio la solución intermedia: ir al fútbol amateur. Aceptaron y empecé como ayudante de campo de quinta y sexta. Anotaba y trabajaba con los defensores, ya era el hombre más feliz del mundo.

¿Cómo apareciste en la Primera?

L–Se fue Gorosito y Nicolás Russo me dejó un mensaje en el contestador: quería reunirse con Cabrero y conmigo en su casa. Fui todo el viaje pensando en decirles que no. Sentía que todavía no era el momento, que estaba creciendo. "¿Para qué apurarme? ¿Para qué quemar en nada a un entrenador que, con tiempo, puede llegar a ser bueno?", pensaba. Porque la Primera es una carnicería, se sabe. Fui con esa idea, pero tardé 15 segundos en aceptar.

Tenés el "sí" fácil.

L–Es que también yo sentía que les tenía que devolver algo de lo que me habían dado los dirigentes y si me necesitaban en ese momento, no podía negarme. Igual, no podía creer que con 24 años fuera tan importante para ellos; por eso digo que los dirigentes de Lanús son para sacarse el sombrero, unos adelantados. No sólo por eso, sino por ir a buscar a Ramón a un bar, para que volviera al club después de estar muchos años alejado del fútbol.

¿Qué hacías en el Lanús campeón de Ramón?

L–En cuanto a trabajos en el campo, es muy similar a lo de ahora, aunque no tenía la responsabilidad absoluta. La charla técnica era mitad y mitad: los primeros diez minutos hablaba Ramón; y después me daba pie y seguía yo, con la pizarra y algún detalle del rival. Ramón quería que fuese más que un ayudante. Fue muy generoso conmigo y siempre se lo agradeceré. Sabía que me estaba formando y por eso me dio un lugar y me dejó desarrollar. Es raro alguien así en este ambiente, en el que predominan los celos y la desconfianza. Si no lo hacía así, con 24 años me hubiera costado mucho arrancar. Igual, nunca me detuve en la edad. Si me hubiese detenido, no habría empezado en esto.

¿Nunca sentiste que por lo bajo decían "este pendejo quién se cree que es"?

L–Para nada. Y eso que apenas asumimos con Ramón, tuve contacto con los jugadores. En la primera charla me mandé con todo y le caí duro al equipo. Dije que no estábamos defendiendo bien. Estaba alertando: que las cosas no sucedían por una mala racha, sino por esto y lo otro. Lo políticamente correcto era decirles: "Estamos bien, vamos a levantar, es una racha". Pero no me callé y les planteé lo que veía. Por eso digo que no me detengo en la edad, porque soy muy respetuoso y me gusta hablar, mano a mano y en grupo, pero siempre decir las cosas.

¿No tuviste cruces?

L–Hemos tenido charlas con distintos jugadores por cosas que no me gustaron. Ya lo hacía como ayudante de Ramón: más de una vez me tocó echar a un jugador de la práctica. Yo puedo entender que una persona tenga un mal día o que esté fastidioso porque no juega; no son máquinas, pero debe haber un respeto. Entonces, si hay un par de entradas fuertes a un compañero o un muchacho se queda parado, uno hace lo posible para integrarlo, pero cuando queda demasiado expuesto ante el grupo, hay que sacarlo. Entonces le digo: "Vaya a bañarse, mañana hablamos" o "A la ducha"“.

¿Te costó mucho, al principio?

L–Trabajar en la cancha no me costó nunca. Sé que cometo y cometeré errores, pero siempre tuve en claro qué buscaba con cada ejercicio y qué pretendía en cada diálogo con el jugador. La pasé mal en los primeros meses con Ramón, no podía dormir. Calculo que por los nervios, por no fallarles a los jugadores. Ahora tengo el mismo compromiso, pero estoy más acostumbrado. Igual, me veo siempre en la obligación de hacer algo más, de darles algo más. Ojalá que los jugadores lo perciban.


Algunas señales permiten descubrir que Lucho es un DT distinto. Por ejemplo, que divida cada práctica en dos turnos para poder brindar una atención más personalizada; y que llegue al club a las 7 de la mañana cuando la práctica es a las 9.30 y no se vaya antes de las 2 de la tarde, es un dato que llama la atención.

Que tenga un psicólogo como asesor externo, que se nutra con libros de liderazgo, que practique con 20 sparrings de las Inferiores; y vacíe los servilleteros del bar de turno mientras ve un partido del Arsenal inglés, imaginando ejercicios que pondrá sobre ruedas en los días siguientes, no son cosa de todos los días.

"Primero y antes que nada, me gusta trabajar en equipo, me gusta delegar –arranca como declaración de principios–. Por eso somos un cuerpo técnico amplio. Eso nos permite dividir las sesiones de entrenamiento. Es el doble de trabajo, pero lo hago con gusto. Nos juntamos todo el cuerpo técnico, dos horas antes en el gimnasio. Tomamos mate, charlamos y preparamos los ejercicios. Nos repartimos quién habla con qué jugador, porque nos gusta charlar mucho con ellos, saber cómo andan, si tienen algún problema. Para mí, ese momento es muy importante: es clave armar bien el grupo de trabajo".
Y enseguida pide que no falte ninguno de sus colaboradores en la mención: Maximiliano Cuberas y Armando González (ayudantes de campo), Sebastián Escobar (asistente de 19 años, libre de la cuarta), Pablo Sánchez y Lucas Vivas (Profes), José Romero (entrenador de arqueros), Roberto Del Persio (editor), Datadistic (empresa que le aporta los datos claves del rival) y Marcelo Roffé (psicólogo y asesor personal).

Cumplido el trámite de la lista sábana, destaca el contenido de sus ensayos: "Los entrenamientos tienen un componente técnico, otro táctico, otro mental y otro físico. Hay ejercicios integrales, que incluyen los cuatro aspectos, y otros específicos. Hoy, si uno busca en internet, encuentra todo. Si querés saber cómo se entrena el Inter, por ejemplo, es fácil; pero a mí no me gusta copiarme. Hay metodologías que a uno le gustan más que otras, después trato de sentarme en casa tomando mate y crear trabajos en base a lo que busco. Por ahí me pasa que estoy viendo un partido en un bar y saco una servilleta para anotar un ejercicio. No lo hice una vez, sino treinta. Hay que tener creatividad".

¿Obsesivo yo? "No me gusta acostarme tarde, siempre quiero estar fresco a la mañana, para no perderme nada en la práctica y estar lúcido", asegura, y admite que se reserva religiosamente una hora y media por día para correr (en Palermo o en el gimnasio) y de este modo poder desenchufarse y recargar. ¿Libros? "Gestión, coaching, ahora también novelas. Hay un libro que me parece básico para aquellos que trabajan como conductores, que es el de Valdano y Mateo: Liderazgo. Es claro y tiene anécdotas muy reales". ¿Películas? "Hace poco vi Una mente brillante por cuarta vez y me sentí muy identificado. Me dije Pucha, si este es el precio que hay que pagar para llegar a lo máximo, yo creo que lo pago".

De sonrisa esquiva y personalidad firme, sabe poner límites: "Trato de no darles mucha confianza a los periodistas, porque no lo amerita y porque los chistes que me hacen no me causan gracia. Intento mantener un perfil bajo, no aparecer mucho. Eso sí: cuando estamos trabajando, ahí me considero un entrenador de perfil alto, que trata de hacer sentir su presencia".

Cuarto hijo de cinco, intuye que la docencia de algún modo vino dictaminada por mandato genético: la madre es maestra de grado, su hermano Pablo es profe de Geografía, su hermano Gustavo es PF (trabaja en el fútbol amateur del Club) y su hermana María Paula da clases de Historia en Doblas. Juan, el hermano mayor, todavía juega en Belgrano de Santa Rosa, el mismo club donde a Lucho lo marcó como nadie Héctor Kruber: "Así como sin Pekerman no hubiera dado el gran salto, sin Kruber no habría llegado preparado a la gran ciudad".

¿Vivís solo, Luis?,

L–Solo, soltero y sin apuro.

Tenés buen vestuario, ¿también te asesoran en eso?

L–Siempre hay alguna consulta con amigos o amigas, si les gusta más camisa negra o blanca; pero tranquilo, si igual me acuesto siempre temprano.

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