martes, 1 de diciembre de 2009

Efemérides: 2 de diciembre de 2007, Ramón Cabrero Campeón.


No hay, no existen, no se crearon aún manos capaces de contener semejante emoción. Ramón Cabrero lo comprueba al llevarse las palmas a la cara para cubrirse, para tratar, infructuosamente, de apresar a esas lágrimas que le brotaban desde el alma. Las mechas de color ceniza, innumerables veces alisadas hacia atrás con movimientos mecánicos durante el partido, le cubrían el rostro. Lo rodeaban los flashes. Y la gloria. Ya palpable, ya eterna.

"Esto es para todos, para los que estuvieron acá, para la gente que fue a la cancha de Lanús porque no consiguió entrada y para muchos que están en el cielo. El título sirve para devolver una parte de todo lo que el club me dio. Para mí, es muy fuerte, porque Lanús es mi barrio, y sé que le di una alegría muy grande a gente a la que me voy a encontrar a la vuelta de mi casa... Ahora me puedo retirar tranquilo, no es lo mismo salir campeón acá que con otro equipo".

Pero no, Ramonín, no se vaya, quédese a gozar...

El prócer de Lanús nació hace 60 años en Santander, llegó a la Argentina a los cuatro años y se enquistó en el barrio a los diez. Vive a ocho cuadras de la cancha y no hay tardecita que falte a la cita en la pizzería Las Palmas 2000, ahí, en la céntrica 9 de Julio, con el cafecito y la charla con los muchachos de toda la vida. Ahora, como técnico campeón, y siempre, porque durante una década estuvo alejado del fútbol, agotado por circunstancias injustas, lapso durante el cual puso un local de ropa para niños ahí, en el barrio, obvio. "Pero Lanús me rescató", recuerda el hombre que integró un equipo Granate que hizo historia a fines de los ''60 y a quien apodaban Calesita. "Imaginate por qué, ja", bromea, feliz, extasiado. Llegó el llamado para que se sumara a trabajar con las Inferiores. Y el destino lo sacó de la conducción de la Cuarta para ubicarlo como técnico interino luego de la renuncia de Gorosito. Pasaron dos años y chirolas. ¿Nada más? Nada más. Y nada menos.

El "oy, oy, oy, oy" es una declaración de afecto genuino, pero también envuelve una realidad. Este Lanús, este campeón, fue "el equipo de Ramón". Porque más allá de esa imagen de abuelo copado, Cabrero supo sostener con equilibrio y valentía los cimientos de un proceso. No amagó con discontinuar su vínculo cuando el club se desprendió de futbolistas como Gioda, Romero, Leto, Fabbiani, Graf o Archubi. Convenció a sus futbolistas de que "hoy en día, para triunfar hay que tener dinámica" y entregó una declaración de principios al sentenciar que "los jóvenes son la realidad, en el fútbol y en otros aspectos también". Y le dio gas, entonces, al 4-4-2. Sin enganche, pero con volantes externos de alto voltaje, un doble cinco aceitado por sus manos —las mismas que usó para trabajar en una fábrica de juntas para coches—, el ojo audaz y preciso para elegir a José Sand y conformar un ataque potente y versátil, y el ensamble de una defensa que se intuía sólida pero que se reforzó con una actitud vigorosa del padre de esta criatura. Porque Ramón no transó, no tribuneó cuando los hinchas casi que pedían la horca para Bossio y Velázquez.
"Me costó mucho dormir en estos 15 días. Fue como un juego mental que tuve conmigo mismo, trataba de no pensar en lo que implicaría salir campeones, porque me ponía mal en serio, mal en el sentido de que me emocionaba, por el amor que le tengo a este club". Ya puede descansar el cuerpo y la mente. Este cielo es real, bien real.

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